11.9.08

.sueños atrasados. .10.09.08.

Estoy dentro de una tienda, como esas pequeñas tiendas en el centro caótico de las ciudades. Es pequeña, de un sólo salón lleno de objetos. Con varios mostradores de vidrio que exhiben una mercancía indefinida y también con muchos objetos colgados de las paredes. Es de noche, y la luz que proviene de los mostradores apenas si puede iluminar parcialmente el lugar. Mi hermana está junto a mí, pero es pequeña, está buscando un muñeco que falta en su colección. Yo le digo a la señora que me atiende y está frente a mí, sin decir palabra, y ella va sacando distintos muñecos, pequeños, de plástico, como personajes cubiertos por alguna especie de protección. Va sacando decenas de ellos, poniéndolos todos desordenadamente sobre el mostrador. Mi hermana me dice que no, que todos esos colores ya los tiene, pero en realidad todos son azul oscuro. Nos vamos de la tienda.
Caminamos por calles pequeñas y oscuras, apenas iluminadas por farolas amarillas. Entramos en algunas otras tiendas, pequeñas, como cuartos a medio construir, que muestran su mercancía sosteniéndola de las paredes. Ella sigue viendo las cosas, como si buscara algo, yo solo camino con ella.
Se me hace tarde, subo a un taxi. Por la ventanilla veo el centro histórico de la ciudad como si fuera enorme y como si las calles atravesaran azarosamente los monumentos. Rodeamos la ciudad que es como si rodearamos un único edificio, demasiado grande, y vamos cruzando por otros centros, de otras ciudades, como si todas estuviesen unidas en una sola. Hasta que llegamos a Guanajuato.
Pienso en las visitas que tendremos pronto, y en lo decepcionadas que estarán de que sus recorridos sean tan breves. El centro de la ciudad parece un gran terreno bordeado por altas rejas antiguas. Dentro hay mucha gente, me bajo y entro por la enorme puerta.
Un gran número de personas se mantienen junto a la pared que está por la entrada, mientras, a varios metros de ellos, el único edificio dentro arde en llamas. Veo a mi primo Edoardo y a su hermana, nos hacemos pasar por reporteros para poder acercarnos al incendio. De ese lado hay otra multitud, pero más pequeña, que se mantiene en pie junto al edificio ardiendo pero mira de frente hacia el otro grupo de personas.
Hay otros primos, mi hermano, y otras personas que no conozco. Todos son hombres menos mi prima y yo. Hablan y tratan de explicar, vagamente, lo que pasa, pero no puedo entenderlos. Todos los hombres se quitan entonces la camisa y exhiben sus cuerpos pálidos de frente a la otra multitud, que parece atemorizada de acercase pero también de irse. El edificio, una especie de arquitectura con dejos clásicos, arde pero no se consume, las llamas sencillamente bailan tratando en vano de escapar por las puertas y ventanas. Todo se convierte en un cuadro que yo sostengo, con un marco dorado antiguo y donde, en un fondo negro, se sostiene una cabeza decapitada, por cuyos ojos y bocas también trata de escaparse un fuego que no consume.
Entonces despierto.



En mi sueño suena "Sombras de la China" de Joan Manuel Serrat.

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