13.12.08

.sueños atrasados. .16.12.08.

Voy por un largo puente en bicicleta. Es angosto y pareciera que apenas entro yo, salgo de una isla para dirigirme a otra pero apenas miro a la distancia las manchas verdes de su espesa vegetación. El mar enorme y llano y sin olas es también una enorme mancha azul inamovible a la vez que inquieta. Voy en busca de algo, como si necesitara llamar a alguien o dar aviso de algo, pero tengo la sensación de que hace mucho tiempo que no recorro esos caminos y no me siento confiada en no perderme, pero continuo andando. De pronto hay una bifurcación que no recordaba, aunque tampoco me extraña demasiado, sin detenerme y sin reducir la velocidad me voy por el lado derecho del camino. Conforme avanzo me doy cuenta de que mientras mi rumbo se va torciendo, casi como si quisiera regresar sobre sus pasos el propio puente y devolverse a la isla, el otro continua recto hasta el sitio donde en realidad yo quería llegar. Sin embargo no me detengo, continuo, hasta que siento como si el camino del puente se hubiera vuelto una leve corriente de agua sobre la que avanzo y tengo que entonces detenerme justo en el momento en que el puente se termina, roto en medio de las aguas. A lo lejor miro otra parte de la isla de la que vengo, una parte que sabía existía pero no podía recordar. Hay como una entrada de agua particular que se cierra entre la arena, extensa arena, donde el agua se asienta en tonos purpúreos y hermosos. La arena se ve más clara y suave que nunca, y un pequeño grupo de personas nada felizmente en la zona marítima restringida. Hay unas pequeñas cabañas a lo lejos.
Me recrimino por haber olvidado aquel paraje, por no haber regresado. Pienso en que después podré darme una vuelta por allá, llevar a algunas visitas que me persiguen como fantasmas sobre el hombro. Pero ahora no, ahora tengo que llegar a algún lado.
El sueño cambia y yo voy viajando en un helicóptero. Dentro de él, la parte de atrás es una especie de habitación metálica donde yo y otras cinco personas permanecemos de pie en espera que aterricemos. Parece como si las compuertas estuvieran abiertas y el viento meciera nuestros cabellos desordenadamente. Hablamos pero no hay coherencia en nuestra conversación, todos tratan de explicar lo que hacen como si se lo repitieran a ellos mismos. Como si eso lo validara de algún modo. Yo me digo que tengo que buscar a alguien, llegar al otro lado, transmitir o buscar un mensaje. Volteo a mirar por la ventana y veo el mar de frente, justo del otro lado de la ventana. El choque es suave, como si nos adentráramos voluntariamente en el mar. El vuelo errático del helicóptero se había desviado al punto en que terminamos adentrados en el mar. Como si las puertas estuvieran abiertas nado rápidamente hacia la superficie para descubrir que estoy cerca de la orilla y salgo.
Es una pequeña población, apenas de unas pocas casas, con gente caminando de un lado a otro como si hubiera alguna distinción entre aquellos bordes de arena. Me siento en la orilla, mirando hacia las esquinas rotas de los puentes, pensando en el metal roto del helicóptero. Pienso en cómo recuperar el tiempo que he perdido ahora así, varada en un punto inconexo. Entonces recuerdo mi equipaje, mis cosas que ahora se encuentran en el fondo del mar como un triste tesoro contemporáneo. Lo único que me preocupa en ese momento son mis números telefónicos irrecuperables, como si la comunicación también hubiera sido interrumpida en ese punto.
Siento un dolor en mi brazo, como una herida punzante, me volteo y miro que el agijón que sobresale de una caracola se ha clavado en mi palma. La herida duele pero no sangre, arranco violentamente el caracol con mi mano libre y siento un último tirón de la herida. El agijón queda separado de la caracola, como si no hubiera ningún animal detrás, simplemente ese brazo tratando de alcanzar algo. Al arrojar la caracola siento como si no pudiera caminar y me voy hacia adelante, me apoyo en la arena y siento de nuevo otras punzadas, otras heridas en mi cuerpo. Como si tuviera que deshacerme de muchos caracoles y entonces veo que hay por toda la playa. Inmóviles, con la extensión rojiza por fuera como un aviso claro de sus intenciones. Siento que hay alguien junto a mí que también se quita los agijones, yo hago lo mismo y me pongo de pie antes de que suceda de nuevo y avanzo por la playa.
Entonces llego a un armario de madera, pequeño con paredes blancas y la puerta con mirillas. Detenido en medio de la nada, de cara al mar, a unos cuantos metros y abro la puerta. Dentro está Abril, recostada en el fondo. Luce pequeña, como si estuviera dormida y se sintiera incómoda de verme ahí. Le digo que no estamos seguras ahí, que hay muchas amenazas en esa playa. Ella me dice que no es así, que me quede dentro del armario, que ahí estaremos seguras por la noche. Ya ha comenzado a atardecer desde hace algún rato y temo a cuando todo esté oscuro, entro. Una vez dentro siento como si el armario fuera enorme y entonces volviera a empequeñecerse en un segundo. Ella se acusta en el suelo, encogida, dejando un espacio más hacia el fondo, chocando con la pared final. Paso por encima de ella y me acuesto a su lado. Siento como si mi cuerpo fuera enorme y estorboso en comparación al de ella, que se acuesta dándome la espalda, como si mirara a través de las rendijas cómo el atardecer se va ocultando. Ella se cubre apenas con una delgada sábana azul pálido que tiene algunos insectos pequeños caminando por encima de ella. Sacudo la sábana y empujo todo lo que pudiera entrar por debajo de la puerta hasta que queden fuera del armario. Nos cubro a ambas con esa manta pero temo entonces que cuando la luz se vaya por completo muchos más insectos entrarán a caminar sobre nosotras.
El sueño cambia, como si despertara a la mañana siguiente, escucho fuera que mi padre grita mi nombre. Salgo del armario y estoy dentro de un cuarto de hotel, como si hubiéramos estado de vacaciones todo este tiempo y él me estuviera buscando tras una noche que pasé fuera. El cuarto luce como de un modesto hotel de playa. Blanco, con muebles de mimbre. Dos mujeres mayores vestidas de blanco, que son sus hermanas, parecen recoger todo. Estamos a punto de irnos pero yo tengo la sensación de que aún no he hecho lo que iba a hacer ahí.
Entonces despierto.




En mi sueño suena "Desnuda en el Pacífico" de Corcobado.

1 comentario:

Isabel Tejada Balsas dijo...

Pienso en cómo recuperar el tiempo que he perdido ahora así, varada en un punto inconexo. Entonces recuerdo mi equipaje, mis cosas que ahora se encuentran en el fondo del mar como un triste tesoro contemporáneo.
[...]
La herida duele pero no sangra.
[...]
Estamos a punto de irnos pero yo tengo la sensación de que aún no he hecho lo que iba a hacer ahí.

Es curioso, los humanos siempre asustándonos de insectos que corren asustados al vernos a nosotros. La inercia del miedo es poderosa.

Espero que todo lo que tengas que contarme sean cosas buenas. Yo también estoy siendo presa de un sueño egoista que no me deja hacer cosas, que me atonta y me acuerdo de aquello que dicen en la película el Club de la Lucha sobre que cuando tienes insomnio nunca estás totalmente despierto ni totalmente dormido.

La escena de la playa es digna de un cómic manga, que lo sepas.

Besos mil elevados exponencialmente a la millonésima potencia .^

(espero que tu piececito se esté recuperando favorablemente :) )