25.11.08

.sueños. .25.11.08.

Salgo de la habitación, parte baño parte almacén. No hay espacio para puertas, este mundo post-apocalíptico ha abierto todos los rincones. La luz que apenas alcanza a alumbrar tristemente parece azul. Siento que camino y dejo todo lo civilizado atrás, aunque en realidad no me alejo, siento voces que me explican cosas por sobre el hombro, como si siempre hubiese un diálogo detrás de mí que quisiera explicarlo todo.
Llego lejos, a una especie de paraje de cuerpos de agua subterráneos que se alzan hasta unas pequeñas grutas, extrañamente muy iluminadas. Veo de lejos el agua, quieta, demasiado azul. Sé que nos queda poca agua y cada vez está más contaminada. Todos los tonos son evidencia de esta ausencia.
Me encuentro a Raúl cerca, como si acabara de salir de algún otro lado y hubiera ido nada más a descansar un poco. Lo alcanzo como si tuviera que retomar un diálogo interrumpido con la persona con la que estuviera anteriormente. Pero entonces me dice que tiene algo que me gustara y extiende un libro hacia mí, una novela gráfica, muy gruesa aunque pequeña, muy maltratada, con las ojas arrugadas por algún tipo de humedad. Me la deja y parece que vuelve a su contemplación o su diálogo imaginario. Yo me alejo y me siento sobre unas rocas para leerlo. Entonces mi hermana está junto a mí y lee también por encima de mi hombro.
Primero veo la secuencia de imágenes, dibujos en blanco y negro que se suceden casi inconexos. Voy pasando las hojas y cuando me doy cuenta ya llevo la mitad del libro. Le comento a mi hermana que es extraño que haya pasado tanto en tan poco tiempo, y me doy cuenta de que en realidad desconozco cualquier cosa sobre la historia. Me pierdo en estas reflexiones y cuando vuelvo la mirada al libro es mi hermana quien está pasando las páginas, que ya no son páginas si no una especie de corteza geológica, delgados pliegos de distintos tipos de rocas que se suceden en grosor, colores o materiales. Siento que puedo leer mejor ese libro de rocas y vamos pasando página tras página, como si re-escribiéramos una historia íntima del suelo.
Tengo sed, recuerdo que había caminado hasta allá con la esperanza de que pudiera beber el agua de esos estanques, pensando en que a nadie se le habría ocurrido antes. Me acerco de nuevo a uno de los enormes cuerpos de agua y los miro, tan azules y profundos, pero no me atrevo a hacerlo. Raúl continua ahí y le pregunto si podría, él dice que puedo intentarlo, pero que si el agua se ha contaminado de cualquier modo, por mínimo que sea, entonces me envenenaría. Que siempre cabría la posibilidad de que si ingiriera sólo una mínima cantidad de agua, el veneno no me haría efecto, pero resultaba imposible precisar qué tan contaminada estaba y cuán poca cantidad podría beber.
Camino hacia el cuerpo, hacia las piedras que se sumergen en el agua sin alcanzar a definir una orilla. Todo se ve tan claro y al mismo tiempo temo de esa claridad. Entre las rocas veo conchas marinas y las voy sacando una por una. Son delgadas, planas, casi como si sólo se tratara de un velo, de cereales acuáticos. Son más grandes que mis manos y las líneas que las dibujan se asemejan más a la corteza de las hojas que a la forma de las conchas. No puedo llevar la cuenta de cuántas saco, sólo pienso en beber. No me doy cuenta en qué momento las conchas que voy sacando dejan caer una especie de tinta azulosa que se mezcla con el agua hasta desaparecer. Sé que de eso hablaba Raúl, que es imposible notar hasta qué punto alcanza el peligro. Renuncio a mi intención de beber y vuelvo a las habitaciones.
Parece un complejo de sitios que se conectan entre sí, donde también hay zonas abiertas pero es imposible precisar en qué punto se encuentra cada parte. Entro en un salón, me siento invisible, camino entre la gente que no me ve. Es un salón de clase y hay varios alumnos, con un uniforme azul oscuro mirando hacia el frente, pero no hay profesor. Los escritorios son continuos y forman como una barra, cada uno en su nivel. Al frente hay una chica con cabello teñido de pelirrojo que llora, y entre su llanto puedo escuchar sus pensamientos, en que se siente fuera de lugar y no quisiera estar ahí. Es nueva en el grupo y no le gusta, aunque ni siquiera ha comenzado realmente el día. Todos la ven pero nadie le habla, y ella sólo continua llorando como si no le importaba que la vieran. Me acerco a ella y comienzo a peinar su cabello, amarrándolo en dos coletas, pero ella no se percata que estoy ahí, ni nadie tampoco puede verme. Creo que amarrar su cabello la hará sentir mejor, pero ella no deja de llorar.
Entonces despierto.




En mi sueño suena "Monitor" de Volován.

2 comentarios:

Isabel Tejada Balsas dijo...

se siente fuera de lugar y no quisiera estar ahí.


por dios, escribe el guión de un corto, yaaa :P

Besos cinematográficos .^

Meryone dijo...

qué diría freud de que amarrar su cabello haga sentirse mejor a la chica?

compré henna caoba el otro día, igual soy yo...

:P

besos