13.10.08

.detalles diurnos.


El equipaje estaba mojado, el caos de poesía brasileña mostraba pequeñas mordidas húmedas de coca cola. Era mejor que confundir el número, mover todas las piezas. Con tal de adentrarse en la noche. La mujer junto a mí buscó la excusa para hablar: música con interferencia. Más allá de las voces de ópera yo pensé en los cuentos de mi niñez, las mil y una noches. Ella sabía a lo que me refería, fue fácil de adivinar: leo la mano. Estaba destinada a rodearme de adivinas. Me dejó un número de teléfono, un libro y el saber el origen de mis buenos encuentros. Era suficiente para mí: en otro camión me alejé antes, en otro viaje te busqué, te perdí. Las canciones eran siempre equivocadas excepto aquella que decía: por más que me aleje, por más que te trate de olvidar, por más que el tequila me malaconseje, no está entre mis planes regresar.

4 comentarios:

Isabel Tejada Balsas dijo...

Me encanta el final :O

¿Este es el cuento que tenías que escribir?

(¿me crees si te digo que te reconocí aunque escribieras desde otro blog? jaja ^^, y vieniendo de alguien al que admiro tanto tus palabras me sacan los colores que no sabía que tenía:D)

Besos que siempre regresan :)

Isabel Tejada Balsas dijo...

ejem...esto...era viniendo, no vieniendo :$

Meryone dijo...

no puedo evitarlo:

qué libro era??

además, regresar últimamente es terrible. al menos en mi vida

aquí sigue sin llover. cada día me lo creo un poco menos

ya nos lloverá todo junto, ya...

besos

Anónimo dijo...

Música con intererencia. No habría sabido expresarlo tan bien y tan breve.

Durante años he viajado diariamente en tren. Dos horas largas al día. Y tuve que recurrir a los cascos (y cuando aparecieron los móviles más)para mantener un cierto espacio propio. En una ocasión, una señora se propuso redimirme de tan nefanda costumbre y se dedicó a criticar a esta juventud que solo escucha chuntas chuntas en vez de conversar inteligentemente. Esto a gritos (para que la oyera, claro) y contándoselo a otra señora sentada frente a mí, a la que no conocía apenas un cuarto de hora antes. Soy capaz de mucho autocontrol, pero sesenta minutos de machaque es mucho machaque. Al final no pude dejar de quitarme los auriculares y espetarle que la suya no se podía calificar de conversación inteligente y que, precisamente para evitarme tonterías escuchaba chuntas chuntas. Couperin, concretamente, en ese momento.

Supongo que la señora pensó que Couperin era un grupo heavy, como mínimo.

Me siguen gustando tus cuentos.

Un beso