25.9.08

.sueños. .25.09.08.

En un pequeño tren a escala, de esos que suelen atravesar los parques para divertir a los niños, con sus colores llamativos y sus formas reducidas, atravieso un museo. Apenas si entro yo en un vagoncillo convertido casi en pequeña jaula. El museo luce abandonado, apenas si algunas personas se cruzan de vez en cuando en el camino y desaparecen. Por las ventanas apenas si alcanza a filtrarse un poco de luz de una tarde probablemente gris. Mayra viene conmigo, y todo parece planeado por alguna especie de deseo de su familia de ver el lugar. Los adivino en otros salones, como si nunca alcanzara a verlos realmente. Me bajo en uno de tantos cuartos, avanzo hasta llegar a una escena que es de difícil acceso y por lo cuál es poco visitada. Parece una sala de estatuas de los grandes museos pero a escala, las piezas pequeñas corresponden a juguetes viejos cuya importancia es difícil precisar. Incluso las paredes y los pasillos dan la sensación de ser más pequeños de lo debido. Ya avanzo sola, pero por momentos sigo a una familia pensando que es la de Mayra y que debo llegar con ellos hasta el final, pero jamás consigo alcanzarlos y eventualmente se pierden entre salones, que a veces parecen de casas, de edficios, de oficinas.
Salgo a un patio y parece como si una pequeña villa se concentrara ahí. Todo está dispuesto para algún evento de gala, hay muchos pequeños kioskos de techos abiertos donde se localizan mesas con decorados fastuosos, todo en tonos aperlados. Yo camino entre esas mesas, hay pocas personas sentados en ellas y los demás parecen dispersarse entre los jardines reducidos, como si no supieran a dónde dirigirse. Entonces comienza la marcha.
Todos parecen avanzar rápidamente, alejándose, yo corro con ellos y me siento como en medio de un bombardeo, de una zona de guerra de la que no alcanzo a ver la magnitud. Todos corren. Al frente del tumulto dos hombres sostienen unas enormes banderas y primero pienso que se trata, al menos una, de la bandera nacional. Pero no alcanzo a distinguirlas del todo. En mi camino me cruzo con una niña que se ha detenido en la marcha y se encuentra en el suelo llorando. La multitud también parece detenida apenas a varios metros de ella, lo suficiente como para no alcanzarla. Me detengo y le pregunto qué sucede. Ella me habla con una voz llena de años, como si ya supiera todo pero no pudiera evitar las lágrimas infantiles. Es la hija de un político muerto, de un representante de uno de los dos partidos que alzan sus banderas, y ahora las veo, ondeando juntas. Me dice que es una burla, que su padre jamás habría permitido esa alianza, que esas banderas jamás deberían juntarse. Levanto la vista y en el tumulto un solo hombre sostiene ambas banderas enormes y grita consignas inentendibles. Todo luce absurdo y yo misma no entiendo la finalidad se esa manifestación. La tomo de la mano y ella avanza como si fuera una muñeca fácilmente conducida. Trato de alzar mi voz entre todas las demás para explicar porqué están equivocados, porqué deberían detenerse, y en realidad apelo más a los sentimientos de la niña que a la propia lógica. Pero nadie escucha, en realidad hay pocas voces que suenen entre todas las demás, pero nadie escucha.
Entonces despierto.




En mi sueño suena "La ciudad de la esperanza" de Panteón Rococó.

1 comentario:

Isabel Tejada Balsas dijo...

Ains, Girondo, qué maestro!

"Ella me habla con una voz llena de años, como si ya supiera todo pero no pudiera evitar las lágrimas infantiles."


Cuanto dicen tus sueños .*