14.9.08

.sueños. .14.09.08.

En un sitio enorme, oscuro, una especie de enormes gradas curveadas se mantienen de frente a una enorme pared de concreto oscuro, como si fuera una pantalla. Por los niveles de las gradas va cayendo una capa ligera de agua, siempre en movimiento, como si fuera una enorme fuente siempre encendida. Mucha gente está sentada, mirando hacia el oscuro vacío como si pudiera adivinarse algo. Todos distanciados, vagando erráticos por el enorme lugar, ninguno cercano al otro.
Yo tengo que esperar, como si hubiera forma de medir el tiempo dentro de aquel lugar. La gente comienza a irse, uno tras uno, poco a poco, hasta que en el lugar sólo queda un anciano, en el nivel inferior, sentado entre todas sus pertenencias como si aquella fuera su casa. Yo bajo y le entrego un sobre, una carta pequeña y cuadrada, improvisada y donde la letra se lee de manera infantil. No decimos nada, él la abre apresuradamente y se dispone a leerla. Mientras él lo hace yo subo por unas escaleras en el medio de las gradas, por donde no corre el agua, hasta el último nivel. Ahí hay un cuarto, cuya puerta se baja como una persiana de metal. La abro y entro, la vuelvo a bajar. Dentro es un baño, enorme, a la izquierda el nivel desciende y el piso se vuelve completamente liso, entro ahí y hay toda especie de cosas colgadas: trozos de tela que no alcanzan a convertirse en cortina, figuras de formas extrañas, recortes, que van dando vueltas alrededor de mí mientras el agua de la ducha corre como una capa de vapor. En la zona de la derecha hay varios apartados donde se sostienen frascos y otras cosas que no detengo a ver.
Cuando me termino de bañar salgo de nuevo, supongo que ya debe ser de noche, bajo de nuevo hasta el primer nivel y el anciano ya duerme en su cama de agua. Tomo las cartas abiertas que están junto a él y camino hacia la salida, en el último nivel del extremo derecho. Abro una débil reja azul y la cierro con seguro detrás de mí. Paso por unos caminos irregulares a los pies de una especie de monte artificial hasta llegar a un camino donde me encuentro con dos hombres y una hermosa mujer vestida de negro. Les entrego las cartas, ella sonríe pero no dice nada. Y el sueño comienza de nuevo.
Es la misma escena en las gradas, la gente se va, entrego la carta y subo al baño. Al entrar siento que hay algo diferente. La puerta, cortina de metal, no puede cerrarse. Me desespero y no recuerdo cómo cerrarla, trato de tomar los trozos de tela que cuelgan y enredarla con ellos pero no funciona. Después de varios intentos encuentro el pasador en la parte inferior de la cortina y la cierro por fin. Me dispongo a bañarme pero siento que algo está mal, como si la escena se hubiera repetido tantas veces que la conociera exactamente y algo hubiera cambiado en ese momento. No puedo ver bien, entre todo lo que cuelga sobre mi cabeza y se mueve como girando a mi alrededor. Estoy tratando de no pensar en nada pero entonces volteo y encuentro, entre los trozos de tela y las figuras sin forma, varios perros muertos y colgados que giran torpemente entre los demás objetos. Perros pequeños, apenas muertos, con los ojos abiertos y mojados por el agua de la ducha. Siento como si me acercara demasiado a ellos, como si no pudiera ver nada si no a ellos. Me desmayo. Mi consciencia, que continua despierta, escucha como la mujer entra al lugar, ya ha tomado la carta por sí misma. Dice que lo habría arruinado eventualmente, que no estaba hecha para esto.
Entonces el sueño cambia.
Entramos en una casa, alrededor de ella hay un patio enorme y primaveral, de noche, no se ven más casas cercanas. Es un equipo grande, estamos filmando una serie de televisión. Los actores son únicamente un hombre y una mujer, que platican animadamente. Por dentro parece la casa de mi abuela, enorme y deshabitada. Todos se ocupan en sus labores mientras yo me mantengo ahí. Alguien me dice que cuide a la niña y entonces veo a una niña que camina hacia mí, pequeña y rubia, únicamente vestida por una camisa blanca que le queda a manera de vestido. La cargo y la escena cambia. Entramos a un cine, es una enorme sala donde sólo la primera zona está ocupada por bancas, demasiado juntas, y el resto de las personas se mantienen de pie o sentadas detrás, en un espacio abierto. Todo luce demasiado blanco, alfombrado. Estoy con una amiga y la niña, les digo que nos sentemos antes de que comience todo. Vamos hacia adelante y después una voz dirá que va a iniciar la función y todos querrán sentarse pero no habrán más sillas. Yo mencionaré lo afortunadas que somos, aunque nuestros asientos se encuentren localizados de lado y sea difícil mirar hacia la pantalla. La niña juega junto a mí y yo pienso en lo triste que es que esté muerta.
El sueño cambia de nuevo.
Caigo en una alberca, pero todo parece estar cubierto por agua, en realidad estoy en la calle. Hay varias personas que conocí hace muchos años, como si volviera a tener 15 y una de ellas, Cinthia, me dice que iremos todos a casa de alguien más. Quizá sea su cumpleaños. Le digo que sí aunque no sé si estoy dispuesta a ir. Ellos se adelantan y yo camino entre el agua hasta llegar a un restaurante, por encima del nivel del agua, construido aparentemente por trozos de madera como caña. Entro y en una mesa enorme están sentados todos mis primos. Ya lleva mucho tiempo que inició la comida y me anexo a ellos. Hay otras personas que no conozco. Somos la única mesa en el lugar, los meseros y los chefs nos miran insistentemente hasta que traen la cuenta. Es muchísimo dinero, les digo a todos que nos tocará pagar $800 a cada uno. Todos parecen sorprendidos pero van pagando, yo tengo que hacer las cuentas y cuento mil veces porque jamás parece darme la cantidad. Pedro, mi primo, me dice que los trozos de cristal verde que tenemos valen $50 cada uno. Termino por contar todos los trozos de cristal roto, grueso y verde, hasta dejar la cantidad completa sobre la mesa.
Cuando salimos ya no agua en las calles. Enfrente hay varios coches estacionados y nos vamos repartiendo en ellos. Yo me subo en la cajuela de una camioneta gris, y tengo la vaga sensación de que vamos transportando cadáveres.
Todo parece ser bastante inexacto, diferente, pero entonces despierto.




En mis sueños suena "Al respirar" de Vetusta Morla.

1 comentario:

Isabel Tejada Balsas dijo...

Anonada me deja siempre la capacidad que tienen tus sueños de transformarse en pequeñas películas en mi cabeza, de esa capacidad visual y cinematográfica tan difícil de conseguir.

Las gradas con niveles de agua, los individuos ausentes, el anciano...no sé porque se me han antojado ángeles vagando a su vez en el interior de distintas mentes humanas, y el anciano Dios, quizás es porque hace poco leí el relato de Gaiman, "Misterios de un asesinato", que por cierto me encantó y que te aconsejo junto a "El precio" y a "Nieve, cristal, manzanas"(este último es una versión del cuento de blancanieves que estoy segura que te va a encantar)

Empiezo a descubrir escenas y elementos recurrentes, el agua, los baños,...

"La niña juega junto a mí y yo pienso en lo triste que es que esté muerta." Me has dejado pensando en que es más triste, si los muertos que juegan o los vivos que no lo hacen, uhmmm...


¿Has pensado en escribir un guión? ¿de cortos tal vez?


Besos insomnes .*